Cada niño es un mundo, y todos responden de forma diferente a la introducción de alimentos y las rutinas a la hora de comer. En los niños que presentan más resistencia y rechazo al alimento puede generar un alto nivel de estrés y preocupación en las familias.
Esto es aún más habitual y común en los niños con trastorno de espectro autista (TEA), ya que puede representar un desafío significativo para ellos. En este aspecto, más de la mitad de los niños y niñas con TEA presentan disfunciones o dificultades alimentarias: son muy selectivos con la comida, rechazan determinados alimentos, son inflexibles con la presentación o preparación, etc.
Algunos niños ingieren un número muy reducido de alimentos e incluso, en casos más graves, requieren sondas nasogástricas para poder alimentarse; otros sólo aceptan alimentos de un determinado color o de una determinada forma; y algunos rechazan los sólidos y su dieta se limita a comer triturados hasta edades muy avanzadas, en algunos casos hasta la adolescencia y la vida adulta. Estas conductas alimentarias se deben, en la mayoría de los casos, a alteraciones sensoriales (híper y/o hipo sensibilidad), y a comportamientos rituales y repetitivos, habituales en niños con TEA.
Es importante partir del hecho de que, el acto de alimentarse no es algo automático y simple, afectan muchas variables como el gusto, el olor, la textura, nuestras experiencias con los alimentos, nuestro estado de ánimo en el momento, etc. Y desde esta perspectiva, se entiende que muchos niños con TEA, al presentar dificultades con el procesamiento sensorial, la alimentación pueda ser motivo de estrés y rechazo.
Para abordar estos problemas, es recomendable que las familias partan de un estudio médico que nos muestre las necesidades reales y concretas del niño y descarte problemas gastrointestinales (alergias, intolerancias, problemas metabólicos, etc.) bastante comunes en el TEA.
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